lunes, 21 de septiembre de 2009

Cantantes de escenarios rodantes

No hay una situación menos común en el trasporte de Quito que ir acompañado por cantantes. Unos me alegran el momento con sus canciones bailables; otros, en cambio, me hacen imaginar en lo trágico que pueden ser sus vidas.

¿Cómo se puede vivir sólo del canto? ¿Cómo eligen y por qué sus temas? ¿Son cantantes frustrados o cantantes a la fuerza? No lo sé. Pero hay cada dupla y cada solista que al igual que ciegos, inválidos y padres desesperados han encontrado en esos hierros móviles su única plaza de trabajo.

Estos audios los grabé durante innumerables viajes por la ciudad. De norte a sur y de sur a norte. Esta fue la mejor manera que encontré para contar su historia: que ellos –con su música- la transmitan.

Pero de todos, los más cautivantes sin duda son los niños. A veces, son un par de hermanos que llevan cargado a otro más pequeño y así cantan un par de canciones que terminan en un ¡Ouh! ¡Ouh! O son dos amigos, un niño blanco y otro negro, que entonan música religiosa y con buen ritmo. Y después del show recorren por los puestos vendiendo golosinas o solo pidiendo dinero.



Las personas con discapacidad también han recurrido a esta forma de trabajo. Por ejemplo, (y tal vez muchos los han visto) hay una pareja de no videntes que siempre va en el Trolebús. Es una señora de muy baja estatura, quizá de 1,50 m, cuyos ojos se ven nublados, tiene cabello largo, negro y lo lleva recogido con una liga. Su pareja (aunque no estoy segura si es su esposo, novio o hermano) es un señor de unos 38 años; él lleva la grabadora que sirve para poner el fondo musical, pero no parece ciego en su totalidad. Ambos van con bastones y mochilas.



Hay quienes se suben con sus instrumentos musicales. La semana pasada me encontré en el Trolebús con un colombiano que llevaba un tambor pintado de colores verde y naranja. Dijo que era del Valle del Cauca y se cantó “La caderona”. Fue toda una fiesta a pesar de que eran las 18:00 y la unidad iba repleta.





Por allí también pasan raperos, baladistas, merengueros. Unos gozan y vibran cantando y si nadie les da una moneda no muestran su molestia porque -quizá- hacen lo que más les gusta. No obstante, a algunos se les nota -quien sabe tras cuántas cantadas- las voces roncas y el desgano en sus presentaciones. Por el cansancio se permiten uno que otro ‘gallo’ (una nota mal entonada). Llevan ternos a pesar de que en Quito los soles del medio día son insoportables. O en la noche, van en camisa, jean y una guitarra a la espalda. Esta es su música: