domingo, 28 de junio de 2009

El flautista


De pronto empezó a tocar la flauta. Arrimado a uno de los tubos del bus, las notas que salían del instrumento musical del niño libraran una dura batalla con el merengue que tocaba en ese momento la radio del bus.

Parecía que a Javier no le importaba si era o no escuchado. Acomodado en un rinconcito, tocaba casi ensimismado La Naranja mientras la mochila que iba junto a sus pies se resbalaba por los saltos del transporte. Era solo él y su flauta.

El bus se presta para muchas actividades de última hora. Uno puede desde terminar de comer el desayuno, hacer los deberes, repasar por última vez (o por primera vez) la lección, maquillarse y hasta peinarse.

Pero lo que hacía el niño de 11 años me llamó la atención. Es poco común ver a un pequeño artista que hace música solo por vocación y que prefiere no llamar la atención de los pasajeros.

Eran las 06:30 y ya se encontraba en camino a su escuela, ubicada en el centro de Quito. Sus manos prietas resaltaban sobre la blancura de la flauta y se veían muy desamparadas del saco color marino que dejaba ver una parte de su brazo.

Terminó de tocar “La Naranja” y empezó con la canción de “los indios”. Así me lo dijo después de que lo interrumpí brevemente para preguntarle si le puedo tomar una foto. Me dio un sí efusivo y siguió en su menester.

Pero eché a perder su concentración. Ahora se fijaba más en la cámara que en su instrumento y sus notas bajaron de nivel. Y digo eso porque antes de mi inoportuno error, su música sonaba muy acompasada y melodiosa.

Me gané su confianza y me dijo que esa flauta le había costado 2 recreos. La guardó en su estuche azul y la metió en su mochila para conversar por un momento conmigo. “También toco el violín, pero mi mami no me deja llevarlo”, siguió.

Practicaba en el bus porque estaba preparándose para un concurso y además de las dos canciones anteriores entraba también en su repertorio “La Chola” que no pude oir. Me bajé del bus antes que él y hasta la fecha no lo he vuelto a ver.